Lamentablemente no pudimos asistir a la presentación de la 10º edición de la revista Ojos Propios dirigida por Andrés Longhi y producida por Chio Lecaros. Una pulcra edición tanto en diseño como en impresión. Y gratamente felices que el Foto Club Cusco comparta páginas con la familia Chambi y la Fototeca Andina.
Aunque algunas veces siempre algo se va de las manos, es así que en el artículo sobre "La fotografía cusqueña" que escribí para la revista se vio mutilada en la siguiente parte:
Segunda columna, segundo párrafo:
"Allá por los años treinta, llegó la re-interpretación del campesino como protagonista de una nueva era durante el gobierno militarista de Velasco Alvarado."
Asumo que varios habrán pegado el grito en el cielo y habrán acotado que el gobierno de Velasco Alvarado fue durante el período 1968-1975, lo cual es cierto. Parte intermedia del párrafo no fue reproducida; aquí debajo publico el artículo completo:
Durante los primeros años del nuevo siglo, varios de nosotros habíamos pasado por los talleres de Carlos Nishiyama, los Talleres de la Fototeca del Sur Andino. Allí uno habría de foguearse al irrumpir en los vastos, escarpados y variados senderos de la sierra sur, Cusco sería el epicentro de la nueva aventura que comenzábamos los que habíamos escogido la lente como atalaya de un nuevo tiempo que emergía de la memoria.
Fue así que el año 2004 decidimos crear el Foto Club Cusco a partir de interminables noches de tertulia espiritosa entre contenedores de D-76, Dektol, fijador... ampliadoras, luces de seguridad, la humedad de los materiales recién revelados secando en torno nuestro, los que habíamos nacido a la fotografía del 2000, habíamos sido partícipes de los arcanos del cuarto oscuro.
La fotografía de entonces, la que comenzábamos a explorar, estaba bien es cierto, compuesta de simbolismos, de experimentación tanto a nivel visual, compositivo como de extrañas manipulaciones bajo la luz de la ampliadora o entre los lapsos permisibles que uno poseía entre baño y baño de aquellas cubetas plásticas inundadas de tiosulfalto de sodio, hidroquinona, ácido acético, ferrocianuro de potasio... santificadas alquímicamente bajo la luz carmesí.
Luego llegaron las cámaras digitales, primero atractivas con sus pantallas luminosas, colores vivos (aunque en franca competencia con la vivacidad de las policromáticas diapositivas de Kodak o Fuji, los colores pastel de Agfa ya eran parte del imaginario de la nostalgia); la cantidad de botones con funciones asignadas, independiente o alternadamente, la facilidad de manipular el proceso de captura de manera intuitiva, icónica, dirigida.
Sin embargo, más allá de las técnicas heredadas o asimiladas; el sino de la fotografía cusqueña ha sido en buena cuenta los rezagos de una corriente indigenista que comenzó allá por los años treinta y llegó a la re-interpretación del campesino como protagonista de una nueva era durante el gobierno militarista de Velasco Alvarado. Hablar de fotografía cusqueña es hablar explícitamente de fotografía campesina, bucólica y apacible. De retratos estáticos y estudios clásicos. Es así que la fotografía cusqueña lleva sobre sus hombros el signo y la tara de estar asociada siempre al tema indigenista, recurrir al campesino como fórmula infalible de composición postal; se impone de propia fuerza una renovación interior en cada mirada, la cotidianidad del sujeto campesino próximo al fotógrafo cusqueño, como vecino y persona establece una relación de observación poco usual al fotógrafo foráneo, la fórmula indio+llama deja de funcionar para transformarse en una nueva interrogante visual que ha de ser abordada de un modo sutil y familiar. La fotografía cusqueña ha pasado de ser la imagen de escaparate para trazar su propia perspectiva; la fotografía cusqueña mira con ojos propios.
Luis H. Figueroa Lozano-Álvarez
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