Dejo a nuestro cronista cusqueño y gran amigo Gabriel Rozas Giraldo, contar esta experiencia mediante un artículo publicado recientemente en el diario El Sol del Cusco, fechado el 20 de enero del presente, en la página de Opinión.
Con Gabo, en palabras de Mr. Salazar: "Grabriel Rozas "Gabo", un capo en tradiciónes e historia del Cusco" al más puro castellano antiguo D3stos R3yn0s...
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CHIARAJE
GABRIEL ROZAS GIRALDO
Seis de la mañana, y por las ranuras de la ventana se filtra el viento helado. Veinte de enero del 2008, día de San Sebastián, y enrumbamos desde Sicuani hacia un paraje desolado y escondido en el corazón mismo de la provincia de Canas. Al fondo del paisaje se ve como una mancha argéntea la laguna de Languilayo que se esconde entre las nubes que terminan por envolver el bus que avanza lentamente hacia las alturas, partiendo en dos un momento tan mágico como misterioso.
El Chiaraje, como es conocido este ritual guerrero de origen ancestral, es uno de los tantos encuentros que protagonizan los pobladores de las provincias altas del Cusco, por la época de lluvias. Al llegar a la ubicación donde se concentrará uno de los grupos, vemos que apenas se nos adelantaron unas cuantas personas. Así van llegando poco a poco en el transcurso de las siguientes horas los solitarios, los grupos de amigos, parejas jóvenes y también familias enteras, engalanadas para la ocasión con sus trajes de fiesta, por lo cual es fácil distinguir a los pobladores de las diversas comunidades andinas, conocidas como ayllus, con su vestimenta más tradicional, donde resalta entre los varones la popular “tablacasaca”, confeccionada en tela bayeta, muy ceñida al cuerpo. Los que migraron a las zonas urbanas, el grupo más numeroso, ya no lo llevan; sino el atuendo afectado por la modernidad, donde resaltan las zapatillas y otras prendas deportivas. Sobre todo los jóvenes. Las persones mayores, o quienes gozan de mayor bonanza, llevan casaca de cuero o un poncho rojo, sombrero de la zona y botas de montar. Marca indiscutible de su posición social.
Los bandos a enfrentarse son los de Ch’eqa, que van acompañados por los habitantes del poblado de Descanso, frente a los de Q’ewe, que a su vez vienen con los pobladores de Langui y con los de Layo. A estos dos grupos acompañan numerosos ayllus de la zona que tradicionalmente guardan su pertenencia a uno de ellos. Todos, habitantes de la provincia de Canchis. Sin embargo, el día de Compadres, jueves antes de los Carnavales, se produce otro de los encuentros importantes y numerosos: el Toqto, donde estos dos bandos hoy encontrados, juntos y representando a la “provincia de Canchis”, se enfrentan a los aguerridos Chumvibilcas. Ironías del destino i la cultura.
Antes del encuentro, y conociendo ya sus trágicas consecuencias, no dejo de sorprenderme por el ambiente festivo que reina en general; y recuerdo la respuesta del chófer del bus, sobre que si él también participaría en el encuentro. No, no participaría porque no entiende cómo tantas personas podían ir, y tan felices, a una suerte tan incierta; y, luego, porque al no ser de esa zona, no estaba obligado. Y es que para todos quienes entran en “el Juego”, como en general así lo llaman, participar en él es una cuestión de honor, de prestigio, la mejor forma de identificarse con su comunidad; y para los más jóvenes, también una forma de anunciar su mayoría de edad. Por eso que “hay fiesta”, porque es un día para celebrar.
El juego consta de dos partes. La primera es en el transcurso de la mañana y dura aproximadamente tres horas, donde la primera mitad se utiliza para insultar al rival, ya sea dando voces en coro o en solitario, aproximándose lo más cerca al contrario para provocarlo. En esto son los jinetes quienes llevan la delantera. Es frecuente que en respuesta a uno, salga otro del bando contrario, y así se produce el primer choque que es muy comentado. A propósito, este año los de Q’ewe lograron arrebatar un caballo que fue traído como trofeo y que bien pudo ser la señal del resultado final; suerte que no se repitió en la tarde, cuando un jinete que se encontraba muy bebido ignoró las advertencias de entrar en este estado. Luego de ser desmontado por su rival, y gracias a la ayuda de sus compañeros que venían tras de él, salvo de un hilo perder el caballo; pero no de ser conducido a empellones y golpes de regreso al improvisado campamento. Había comprometido pues la suerte y el honor de todos; algo que no se puede perdonar.
Así poco a poco van entrando a la pugna y, en la medida que aumentan los participantes, aumenta también la ferocidad; sin embargo esta primera parte, se puede decir, es como un calentamiento. “Sirve para medirse”, comentó uno de los participantes. Pese a ello, sorprende ver que en medio ya de tanta bravura, cuando los heridos van llegando poco a poco, de pronto ambos bandos se detengan, den media vuelta e inicien la retirada, porque ¡llegó la hora del almuerzo!
El cielo nublado, que durante toda la mañana nos arrojó su carga a intervalos, también da tregua. Se crean varios círculos en torno a las mujeres que abren sus atados, donde guardan el refrigerio en base a papas y carne sancochada, con mucha uchukuta, que se acompaña con abundante bebida. Suena la música que es parte insustituible durante el día. Destaca el charango que se lleva en la espalda dentro de un costalillo de tela, de manera muy peculiar. Los jóvenes son los más aficionados a este instrumento que es hábilmente ejecutado y que da paso a los numerosos cantos lastimeros especialmente dedicados para esta fecha. También el pinkuyllo es otro de los instrumentos preferidos, sobre todo por las personas mayores. Puede medir más de un metro de largo, obligando al músico a una postura muy original, con el cuerpo en arco para que sus dedos alcancen los orificios ubicadas al extremo opuesto por donde sopla. Y es entonces cuando la modernidad, que en muchos casos no va con lo tradicional, se abre paso de sopetón: ¡un teléfono celular! en manos del conductor de un programa radial de la zona que transmite “en directo” todas las incidencias del evento. Ubicado delante de un improvisado grupo de músicos, va de un uno a otro con una agilidad peculiar a fin de captar las tonadas que resaltan, matizando su emocionado relato: “transmitiendo en vivo -música- desde el paraje Chiaraje -música- para todas las provincias altas de Canas -música- “este tradicional encuentro….” La gente, alegre, de pronto lo rodea y, así, el éxito de la transmisión está asegurado.
La tradición obliga a los contendientes a luchar en conjunto en varios frentes. En el momento más crucial llegan a más de medio millar que disparan continuamente sus warak’as; por ello el ruido de las galgas que se estrellan en el suelo es continuo e inquietante, sonoro y distante, muy similar al sonido que produce el picapedrero.
Uno de los puestos estratégicos en el encuentro, año tras año, es la zona conocida como “la Antena”, una ladera que se encuentra en medio de los dos campamentos y en cuya cima, aparte efectivamente de una antena de telecomunicaciones, sobresalen enormes peñas que deben ser tomadas por uno de los bandos, para empujar al contrincante desde esta altura hacia su base. Mientras tanto en la explanada otros grupos libran feroz encuentro, siempre atentos a lo que acontece en “la Antena”. De esa acción depende en gran medida que avancen o retrocedan oportunamente, para no quedar atrapados entre los que se enfrenta y los que puedan bajar de las peñas, que es donde se libra la peor parte.
Este año producto del “Juego” resultaron varios heridos, mas ningún caído; hecho que se interpretó como señal de mal agüero y relacionado directamente por todos a la “presencia” o intromisión de un equipo de filmación para la televisión extranjera que realizaba un documental a nivel mundial sobre “los rituales guerreros que aún sobreviven en la actualidad”; presencia que no hubiera tenido nada de malo si no fuera porque dos de los grupos que filmaban se ubicaron muy mal, impidiendo realmente que los eventos ocurrieran con la normalidad acostumbrada. El primero temerariamente se ubicó en una de las peñas a ser tomadas, dificultando dicha acción ante la incomodidad de los participantes, teniendo que salir literalmente volando por la tarde por la fiereza que la lucha alcanza. El otro equipo estuvo sobrevolando la zona en un helicóptero tipo mosquito y, mas allá del ruido ensordecedor, fueron sus vuelos rasantes de más de medio centenar que causaron malestar y desconcierto entre todos que, como es sabido, no son simples o entusiastas “actores”, sino pobladores de comunidades ancestrales que de, esta manera, celebran uno de los rituales mas importantes de su vida, donde morir no es sólo una ofrenda para la tierra, sino en especial para su familia y su comunidad. Por ello están atentos a todas las cosas externas que pueden influir en las señales que vienen de los elementos de la naturaleza vaticinando el resultado del “Juego”, como la lluvia, donde hasta su forma de caer o inclinación tiene significado, igual que la del granizo, sea grande o pequeño, o el mismo viento, considerado el principal agorero y al que se reverencia con unción y en intimidad antes de entrar a la batalla, porque “será quien lleve las suplicas y promesas a las montañas tutelares, los primeros y más importantes espectadores…”
Cusco, enero de 2009
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