Días de celebración los hay en todos lados, de todos los modos y de todas las formas. En Cusco decidimos acuñarnos el día de la fotografía cusqueña un 19 de agosto, quisimos aislarnos de todas las formas de imaginar la imagen como lo hicieron los americanos, los franceses o los mercedarios; la fotografía de los Andes tenía que ser neta, pura, en blanco y negro (color donde la hubiera) y llena de sentir contemplativo hacia los últimos bastiones indígenas. El indio y el colono en su máxima expresión hecha escultura, fierro, danza o ritual esotérico han extendido sus raíces en todo lo largo y ancho de este territorio enclavado en una geografía complicada, tropicalmente gélida, ecuatorialmente adusta, prolíficamente intelectual, subversiva y complaciente.
La fotografía no podía quedar fuera siendo la expresión material de una simiente escurridiza como es el tiempo, la fotografía cusqueña no podía quedar marginada de una visión contemporánea del lenguaje andino y la idiosincrasia que genera el vivir enclavado en un valle a más de tres mil metros de altura, la fotografía cusqueña definitivamente no podía estar relegada a las portadas de National Geographic, Life ni ensayos antropológicos que tienden a catalogar especies y familias. La fotografía de autor iba a abrirse camino en Cusco de la mano de Chambi, Figueroa, Nishiyama, y esa historia ya la conocemos, hoy sin embargo quiero celebrar este aislamiento voluntario de todo el barullo de galería contemporánea y frivolidad de marquesina simplemente hablando de aquel enlace entre la historia de antes y la historia de ahora: Carlos Nishiyama.
Ya hasta el cansancio hemos repetido la conexión entre el Foto Club Cusco y los Talleres de la Fototeca del Sur Andino, la esencia de esta y el derrotero de aquel; pero poco hemos indagado sobre Nishiyama el fotógrafo, el viajero, el "máster" (maestro) y amigo.
Relata él mismo el inicio de su aventura en el laboratorio fotográfico de su padre, Eulogio Nishiyama y también nos habla de su primer instrumento de caza: la Contaflex de 35mm. Será a partir de 1975 que Carlos "el máster" enrumba su visión hacia los parajes andinos en busca de una expresión auténtica de su entorno, donde se zambulle en un maremágnum de fiestas, personajes, ritos y tradiciones, todo aquel escenario se extiende ante sus ojos como un proceso largo y divertido de pasar el tiempo que paradójicamente corre también llevándose el suyo propio, víctima de la criminal compulsión de negarse a ser el testigo del propio tiempo para inmortalizar el de los demás y hacerlo perpetuo. Netamente, la comisión del fotógrafo.
Más allá de su figura rápidamente reconocible entre la muchedumbre de fotógrafos que pululan las fiestas tradicionales en busca de estampas comerciales o entre el pelotón invasivo de reporteros gráficos que creen que en cinco días lo saben todo, destaca su mirada humana, su contemplación absorta ante la evolución del rito milenario, centenario o aquél rito fingido que va sumiendo estas tierras en un gran circo donde el espectáculo ha enterrado (o desterrado) la esencia del ritual.
Carlos Nishiyama es un magnífico cocinero, lo sabemos aquellos que hemos viajado junto a él y sabemos que ir de mercado antes de un campamento no sólo es el habitual paquete de galletas de soda, lata de sardinas y leche en polvo, Carlos lleva consigo (o nos hace llevar) paltas, cebollas, queso, aji-no-moto (sazonador de emergencia para los platos comunales que abundan en todos los cargos). Con Héctor del Castillo recordamos el segundo día de campamento en Pumahuanca donde a pesar del aguacero de las cinco de la tarde el máster preparaba una ensalada de cebollas, tomate y pescado, o las siete de la mañana del día siguiente, donde bajo el mismo aguacero (aquél que comenzó a las cuatro de la tarde del día anterior) el máster comenzaba a preparar avena con chocolate. Panes ciabatta con chorizo a la candela con aceite de oliva, vino tinto, cañazo, queso fresco con paté de cerdo y café durante las travesías del sur del Cusco atestiguan que viajar con el máster significa viajar apertrechado de provisiones.
Como asiduo visitante del camino, sabe sazonarlo de historias y anécdotas acumuladas en 35 años de peregrino.
Como maestro, somos decenas los que atestiguamos de su paciencia e infaltable buen humor, aunque mucho más del cariño que guarda por los miles de clisés que alberga su archivo y los comparte con el sinnúmero de visitantes que buscan información sobre, otra vez, el inexorable paso del tiempo (cliché de lo inevitable).
Y como amigo, ¿qué podría decir? Una vez evitó que terminara (yo) rodando cuesta abajo por una ladera de Q'oyllur Ritti.
Carlos Nishiyama como fotógrafo sabe que esperar trae siempre resultados; como cusqueño, sabe que la espera será demasiado larga, sin embargo hoy, nosotros el Foto Club, queremos desearte un feliz día de la fotografía cusqueña.
La fotografía no podía quedar fuera siendo la expresión material de una simiente escurridiza como es el tiempo, la fotografía cusqueña no podía quedar marginada de una visión contemporánea del lenguaje andino y la idiosincrasia que genera el vivir enclavado en un valle a más de tres mil metros de altura, la fotografía cusqueña definitivamente no podía estar relegada a las portadas de National Geographic, Life ni ensayos antropológicos que tienden a catalogar especies y familias. La fotografía de autor iba a abrirse camino en Cusco de la mano de Chambi, Figueroa, Nishiyama, y esa historia ya la conocemos, hoy sin embargo quiero celebrar este aislamiento voluntario de todo el barullo de galería contemporánea y frivolidad de marquesina simplemente hablando de aquel enlace entre la historia de antes y la historia de ahora: Carlos Nishiyama.
Ya hasta el cansancio hemos repetido la conexión entre el Foto Club Cusco y los Talleres de la Fototeca del Sur Andino, la esencia de esta y el derrotero de aquel; pero poco hemos indagado sobre Nishiyama el fotógrafo, el viajero, el "máster" (maestro) y amigo.
Relata él mismo el inicio de su aventura en el laboratorio fotográfico de su padre, Eulogio Nishiyama y también nos habla de su primer instrumento de caza: la Contaflex de 35mm. Será a partir de 1975 que Carlos "el máster" enrumba su visión hacia los parajes andinos en busca de una expresión auténtica de su entorno, donde se zambulle en un maremágnum de fiestas, personajes, ritos y tradiciones, todo aquel escenario se extiende ante sus ojos como un proceso largo y divertido de pasar el tiempo que paradójicamente corre también llevándose el suyo propio, víctima de la criminal compulsión de negarse a ser el testigo del propio tiempo para inmortalizar el de los demás y hacerlo perpetuo. Netamente, la comisión del fotógrafo.
Más allá de su figura rápidamente reconocible entre la muchedumbre de fotógrafos que pululan las fiestas tradicionales en busca de estampas comerciales o entre el pelotón invasivo de reporteros gráficos que creen que en cinco días lo saben todo, destaca su mirada humana, su contemplación absorta ante la evolución del rito milenario, centenario o aquél rito fingido que va sumiendo estas tierras en un gran circo donde el espectáculo ha enterrado (o desterrado) la esencia del ritual.
Carlos Nishiyama es un magnífico cocinero, lo sabemos aquellos que hemos viajado junto a él y sabemos que ir de mercado antes de un campamento no sólo es el habitual paquete de galletas de soda, lata de sardinas y leche en polvo, Carlos lleva consigo (o nos hace llevar) paltas, cebollas, queso, aji-no-moto (sazonador de emergencia para los platos comunales que abundan en todos los cargos). Con Héctor del Castillo recordamos el segundo día de campamento en Pumahuanca donde a pesar del aguacero de las cinco de la tarde el máster preparaba una ensalada de cebollas, tomate y pescado, o las siete de la mañana del día siguiente, donde bajo el mismo aguacero (aquél que comenzó a las cuatro de la tarde del día anterior) el máster comenzaba a preparar avena con chocolate. Panes ciabatta con chorizo a la candela con aceite de oliva, vino tinto, cañazo, queso fresco con paté de cerdo y café durante las travesías del sur del Cusco atestiguan que viajar con el máster significa viajar apertrechado de provisiones.
Como asiduo visitante del camino, sabe sazonarlo de historias y anécdotas acumuladas en 35 años de peregrino.
Como maestro, somos decenas los que atestiguamos de su paciencia e infaltable buen humor, aunque mucho más del cariño que guarda por los miles de clisés que alberga su archivo y los comparte con el sinnúmero de visitantes que buscan información sobre, otra vez, el inexorable paso del tiempo (cliché de lo inevitable).
Y como amigo, ¿qué podría decir? Una vez evitó que terminara (yo) rodando cuesta abajo por una ladera de Q'oyllur Ritti.
Carlos Nishiyama como fotógrafo sabe que esperar trae siempre resultados; como cusqueño, sabe que la espera será demasiado larga, sin embargo hoy, nosotros el Foto Club, queremos desearte un feliz día de la fotografía cusqueña.